Ayer comenzó la visita apostólica de Su Santidad Benedicto XVI a Turquía. El evento en sí no tendría más trascendencia que cualquier otro viaje de no ser que el Papa está en tierra enemiga.
Y utilizo esa expresión porque en Turquía, a pesar de ser un estado laico, el 90 por ciento de la población es musulmana.
En estos días hemos visto manifestaciones en aquel país en las que se ha pedido la cabeza del Papa. ¿Argumentos? Según los manifestantes, Su Santidad ofendió al Islám en el ya -tristemente- famoso discurso en la Universidad de Ratisbona.
Es evidente que sólo son excusas de algunos musulmanes -según dicen son pocos, pero caray: ¡Qué ruido hacen!- porque no quieren nada con los cristianos.
Quien tenga dudas, que se acerque un poco más al Este de Turquía, a Irak. Este país y desde hace dos mil años cuenta con una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo. La liturgia sigue usando el arameo, la lengua de Jesús... Y sin embargo la furia de un Islam enloquecido está provocando el éxodo de los cristianos de la zona. Desde el inicio de la guerra en Irak, los cristianos han sido víctimas de continuos atentados contra iglesias, asesinatos, secuestros y amenazas.
En Occidente queremos vivir en paz. Queremos la integración plena de los que vienen en busca de mejor vida y posibilidades; sin querer decir que nuestros sistemas de vida sean mejores que otros. Pero damos libertad de expresión, culto y reunión.
Personalmente pienso que muchos cristianos duermen en su particular mundo feliz sin querer abrir los ojos a una realidad que ya no está a miles de kilómetros, que no sólo se puede ver en las noticias pues ya en nuestras ciudades vivimos con personas de credo musulmán (y otros muchos credos).
Todo lo expuesto es simplemente para que pensemos y valoremos el sacrificio de Joseph Ratzinger en su complicadísima visita a Turquía.
Oremos y pidamos por El Papa y sus buenas intenciones con el único fin de estrechar lazos con las demás religiones.
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